A estas alturas quizá hayas escuchado hablar de la terrible leyenda de Burke y Hare en Edimburgo. Si no lo has hecho, estás a tiempo de cerrar la casa a cal y canto y esconderte bajo el edredón, con una linterna y la gorra de investigador firmemente calada hasta las cejas. Porque estos y otros fantasmas de la capital de Escocia, efectivamente, no logran descansar ni siquiera bajo tierra. Y el número de víctimas, eternamente congelado en diecisiete, lleva casi dos siglos esperando aumentar.
Índice
Burke y Hare en Edimburgo (I): El asunto de los extraños ataúdes de Arthur Seat
Dominando la Royal Mile, de la cual ya os hablamos en otro post, se erige la imponente montaña de Arthur Seat. Antiguas leyendas relacionan su nombre con mitos artúricos. Resulta irresistible pensar que el propio Rey Arturo y sus caballeros ascendían la suave cuesta desde el terreno real de Holyrood hasta la cima, donde contemplar todo el centro de Edimburgo. Inspiración para poemas épicos y surcado de estanques diseminados por toda su extensión, las ruinas de una antigua abadía aguardan en la falda inferior, iniciando la subida. Mientras se divisa el palacio real, hoy en día no nos llevará más de treinta minutos coronar la ascensión y descansar en lo alto. En la reciente secuela de Trainspotting podemos ver a Renton y Spud hacer esto mismo.
Verano de 1836. Un grupo de niños y el tutor que los custodiaba jugaban por las laderas del monte. Si bien trataban de encontrar madrigueras de conejos, o eso se cuenta, lo cierto es que acabaron desenterrando el más extraño de los hallazgos que podían esperar. El tutor, que no debía de encontrarse presente en el preciso momento en el que los niños decidieron jugar con lo que habían encontrado, llegó demasiado tarde. Los pasatiempos infantiles, consistentes en lanzarse unos a otros aquellos misteriosos juguetes, rompieron y dañaron varios de ellos, que incluso llegaron a extraviarse. Una vez el adulto puso fin a aquella macabra celebración, no pudo dar crédito. Sus alumnos habían sacado de la tierra diecisiete ataúdes en miniatura con sus respectivos difuntos.
Un hallazgo fortuito
Aquellos diecisiete ocupantes de los ataúdes no eran simples muñecos de madera. Sus ropajes estaban confeccionados con la maestría de un sastre, las botas pintadas de negro y los ojos abiertos. Por motivos desconocidos, solamente han llegado a conservarse ocho. El tutor los llevó a la Sociedad Arqueológica de Edimburgo donde, desde entonces, se ha tratado de dar una explicación consistente. La mano que había tallado los ataúdes en madera de pino y adornado con hierro y estaño no podía ser otra que la de un experto carpintero. Investigaciones posteriores sitúan la construcción de los cuerpos hacia 1780 y los féretros en torno a 1830, poco después del descubrimiento. El motivo, o el significado si lo tuviera, permanece desde entonces como un misterio.
Alguna de las hipótesis lanzadas hacen referencia a la posibilidad de que los diecisiete ataúdes y sus cuerpos representaban las hadas del mágico entorno de Arthur Seat y sus orígenes artúricos. Otras, que fue un tributo a los marineros fallecidos que no pudieron hallar sepultura en tierra. Macabros ritos satánicos es la respuesta de aquellos a los que perturba la apariencia de los rostros de madera cuyos ojos no descansan. Sin embargo, unos pocos años antes, un escalofriante suceso terminó con la vida de diecisiete personas, y se cree que este hallazgo fue un tributo a aquellas victimas. Así pues, alguien se tomó la molestia de construir uno a uno las efigies y féretros de descanso de los fallecidos. Acompañadnos a repasar los asesinatos de West Port, popularmente conocidos como los crímenes de Burke y Hare.
Burke y Hare en Edimburgo (II): A medianoche, todos los canallas…
Mientras el Código Sangriento que castigaba los delitos comunes con la pena de muerte estuvo en activo, los estudiantes de medicina de la Universidad de Edimburgo no tuvieron que lamentar falta de materia prima con la que llevar a cabo sus prácticas. Así pues, como habréis podido leer en «Frankenstein» de Mary Shelley, los cadáveres eran enviados directamente desde la horca situada en la plaza de Grassmarket a la facultad. Dado que cualquier delito, por leve que fuera, suponía la ejecución del infractor, el suministro de cuerpos era suficiente y Edimburgo consiguió así una de las más reputadas Universidades del mundo. En realidad, la dura aplicación de esta ley pretendía favorecer a las clases altas, protegiéndolos de cualquier pequeño hurto perpetrado por la clase inferior. Esto incluía leyes absurdas como «vivir con gitanos durante un mes».
A comienzos del siglo XIX comenzó la reforma que derogaría esta injusta ley, y hacia finales de la segunda década tan sólo crímenes como traición y asesinato eran castigados con la pena capital. Esto propició lógicamente un fuerte descenso de cadáveres para los estudiantes, que se vieron en serias dificultades para proseguir sus disecciones e investigaciones anatómicas. Las rejas que rodean algunas de las tumbas del cementerio de Greyfriars son una reliquia de tiempos pasados, así como las familias que velaban al difunto en el camposanto. Aquellos estudiantes se convirtieron en ladrones de tumbas, desesperados por continuar sus estudios, y la macabra situación dio lugar al nacimiento de un nuevo oficio en el que algunos maleantes vieron su oportunidad. Aquí entran, al fin, los protagonistas de esta historia.
Dos asesinos se acercan
Dos inmigrantes irlandeses que trabajaban en el canal se hicieron buenos amigos al coincidir en la Pensión de las Liebres, en la calle de West Port. Hoy en día es el trayecto que une Grassmarket con el barrio de Tollcross, donde podéis encontrar las mejores librerías de segunda mano. Una vez consolidado el acuerdo de trabajo entre Burke y Hare en Edimburgo, se pusieron manos a la obra. Hare se había casado con la viuda del dueño de la pensión, obteniendo así fácil acceso a la materia prima que requería su nuevo empleo. El primer cadáver que encontraron fue adquirido en secreto por el doctor Robert Knox, profesor en la Universidad, con el que forjaron su lucrativa sociedad. Ya que la idea de esperar a que más inquilinos falleciesen de causas naturales no la contemplaban, decidieron tomar la iniciativa.
Primero cayeron los enfermos. Los emborrachaban con whisky y posteriormente los asfixiaban, y así seguían recolectando sus pagos. Cuando se les acabaron los pensionistas, se embozaron en ropajes oscuros y en la zona de Canongate cazaron algunas prostitutas. Uno de los estudiantes de Knox afirmó reconocer a una de las mujeres. No era del todo extraño su repentino fallecimiento, dado el ambiente insalubre de los bajos fondos. Una vez terminaron con las prostitutas pasaron a los mendigos, y finalmente no tuvieron reparos en asesinar a cualquiera que se encontrasen. Un popular adolescente con discapacidad mental, el Bobo Jamie, causó estupor entre los estudiantes al verlo en la mesa de disección. Jamie era conocido para muchos de ellos, y tras la noticia de su muerte se alzaron las primeras sospechas.
Burke y Hare en Edimburgo (III): Ni siquiera tras las puertas de la muerte
La propia madre de Jamie inició sus pesquisas. No encontraba sentido a que su hijo de dieciocho años pudiera fallecer de causas naturales. Aunque cojo, gozaba por lo demás de buena salud y no acostumbraba a vagar de noche por los callejones. La policía también estaba con la mosca detrás de la oreja, aunque la falta de pruebas ralentizó mucho el proceso de investigación. Los dos rufianes se hacían de oro en su frenesí criminal. La señora Docherty acabaría siendo la decimosexta y última víctima. Burke mancilló el nombre de su propia madre, asegurándole que él era también hijo de una Docherty para engatusarla y atraerla a la pensión. Sin embargo, unos inquilinos permanecieron alerta y escucharon ruidos, aunque no intervinieron. Cuando se quedaron solos en el hostal, investigaron y descubrieron el cadáver de Docherty bajo una de las camas. La esposa de Burke trató de sobornarlos sin éxito.
Burke, Hare y sus respectivas parejas, que resultaron ser cómplices, fueron interrogados y la policía halló incoherencias entre los distintos testimonios. Así mismo, una fuente anónima delató al doctor Knox, en cuya posesión se encontró el cadáver de la señora Docherty. Se cree que la madre de Jamie aprovechó la circunstancia para delatar a quien ella consideraba sospechoso. Finalmente arrestados, la oleada de crímenes que habían perpetrado Burke y Hare en Edimburgo vio el fin tras dieciséis cadáveres. Sin embargo, la falta de pruebas para condenarlos puso a la policía en un apuro. El clamor popular pedía la horca, pero los cuerpos ya habían sido largamente manipulados por Knox y los estudiantes de la Facultad de Medicina. Al encontrarse en un callejón sin salida, los agentes tuvieron que optar por una vía alternativa para resolver el caso.
Los sueños en la casa de la bruja
Aprovechándose de la malsana naturaleza de los dos sospechosos, la policía optó por una solución simple pero eficaz. Hare recibió una oferta de inmunidad a cambio de confesar y testificar contra su compinche Burke. El canalla aceptó, al igual que lo habría hecho el otro, y Burke, el decimoséptimo cadáver, fue condenado y ejecutado en la horca de Grassmarket en enero de 1829. Con su piel se confeccionaron enseres que hoy pueden verse, junto a su calavera, en la Escuela de Medicina. El doctor Knox, dándose por hecho su implicación incentivando los asesinatos, cayó en desgracia. Siguió usando a criminales para que le procurasen cuerpos para disección, hasta que en 1832 el Acta de Anatomía promulgó el suministro legal de cadáveres para estudiantes de medicina. Finalizado el oscuro negocio, el infame doctor huyó a Inglaterra, y Hare siguió el mismo destino tras obtener libertad.
Siete años después de estos macabros sucesos tuvo lugar el hallazgo de los ataúdes del que hablábamos en la primera sección. No se ha probado jamás si existe algún tipo de relación, pero los ocho sarcófagos restantes y sus inquilinos pueden ser vistos hoy en el Museo de Historia, a unos pocos pasos de los restos de Burke. En West Port reside el bar que lleva el nombre de los dos asesinos, y su pista se puede seguir a través de más de dos siglos de literatura. El célebre escritor escocés R.L Stevenson se basa en ellos para su relato «El ladrón de cadáveres», y posteriormente en la versión cinematográfica fueron interpretados por nada menos que Bela Lugosi y Boris Karloff. Más recientemente, la película «Burke y Hare» los trae de vuelta encarnados por actores de la talla de Simon Pegg y Andy Serkis. Y la lista no cesa.
Conclusión y links
Exactamente sesenta años antes de los crímenes de Jack el Destripador, Edimburgo tenia sus propios asesinos en serie. Muertas las víctimas, aplicado el castigo, desaparecen entre el folklore. Y se suceden los libros, las películas y la explotación comercial, la romantización de algo tan repugnante como lo que tuvo lugar, acentuado por los diecisiete ataúdes envueltos en misterio. Concluye aquí nuestro repaso a la leyenda de Burke y Hare en Edimburgo. Si después de esto consigues conciliar el sueño, nos esmeraremos para que el siguiente post logre disuadirte por completo. Pero si a pesar de todo decides venir a investigar el caso por tu cuenta, los links de abajo te ayudarán. No olvides comentarnos tu experiencia en los comentarios, eso contando con que logres escapar, claro. Nos vemos en el siguiente post.
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