Algo hay de cierto en esta historia: en siglo IV a.C Marsella era una de las colonias griegas más importantes del Mediterráneo occidental. Fundada tres siglos antes por una expedición de focenses, su población había alcanzado los 30.000 habitantes y se había convertido en una ciudad comercialmente próspera. La posición de su puerto le aseguraba el intercambio con otras costas a las que exportar cerámicas, pescado, aceite de oliva y vino, y su cercanía al Ródano le aseguraba el comercio con regiones del interior productoras de trigo, ganado y estaño.
A partir de aquí todo se vuelve más difuso. Tanto como las huellas que ha ido dejando la Historia en una ciudad con pocos recuerdos de su pasado. Algunas cosas son fáciles de imaginar: un puerto vivo del que entraban y salían barcos a vela y a remo; naves de madera acostadas en los muelles a la espera de ser reparadas; un ágora vibrante de actividad cultural y política; templos en honor a Apolo y Artemisa en algunas de las colinas circundantes.
Pero la historia que contamos aquí requiere de toda nuestra imaginación. ¿Por qué? Porque no se conservan textos originales de la época. Todo lo que sabemos se lo debemos a cronistas griegos y latinos que se encargaron de crear la leyenda de Piteas, algunos porque aseguraron que fue uno de los mayores sabios del mar y otros porque vieron en él a uno de sus mayores fabuladores. Este relato no es más que el último de eslabón de una cadena que tiene más de veinte siglos.
Índice
Empecemos por lo que sabemos: Piteas era un científico
Piteas fue, de eso no hay duda, un hombre apasionado por la ciencia y por las matemáticas. Y si en aquella época Masalia era, como afirma Tácito, “el lugar de la ciencia y de los buenos estudios”, es razonable pensar que él fuera uno de sus representantes más destacados. Con seguridad conocía las aportaciones de Tales al campo de la trigonometría y, en particular, sus experimentos para medir, gracias al ángulo de las sombras, la distancia de un acantilado a un barco que navegaba en mitad del mar.
Inspirado en esta experiencia, Piteas llevó el método a otra dimensión: clavó una estaca en la tierra y se dedicó a registrar las sombras que proyectaba a distintas horas del día y a lo largo de todo un año. El resultado ha pasado a la historia: fue el primero en establecer los solsticios de verano e invierno y los equinoccios de primavera y otoño. Sus cálculos permitieron, además, hacer estimaciones sobre la inclinación de la Tierra y determinar con una precisión asombrosa la latitud de Marsella, convirtiéndola en una de las primeras ciudades geolocalizadas del mundo.
Pero más allá del avance que estos resultados suponían para la ciencia, ese conocimiento permitió a los habitantes de Masalia organizar mejor los ciclos agrícolas y sus festividades religiosas. Eso nos lleva a pensar que en el momento en el que decide hacer el viaje ya era un personaje conocido en la ciudad. En cualquier caso, no debía de ser fácil mantenerse al margen de las noticias que afirmaban que la gran nave que esperaba desde hacía días en el puerto pronto zarparía en dirección a los confines del mundo.
Los motivos del viaje
Estamos alrededor del año 330 a.C. En tiempos de Alejandro Magno, el conocimiento del mundo era sinónimo de dominación militar. El sentido científico de la geografía, aunque estaba en crecimiento, todavía se encontraba en una fase experimental. De ahí que algunos duden de que Piteas fuera autorizado a navegar durante meses por mares ignotos con el único fin de confirmar o corregir sus cálculos. Los riegos no eran pequeños: si bien es cierto que, desde hacía siglos, algunos filósofos mantenían que la Tierra era redonda, la creencia más generalizada la representaba como disco plano que acaba en las Columnas de Hércules. Las aguas del Atlántico eran desconocidas para las civilizaciones marítimas del Mediterráneo oriental y todo lo que esperaba a los navegantes que cruzaran el Estrecho de Gibraltar era un inmenso vacío.
La segunda hipótesis es económica. Sólo una civilización podía competir con Grecia en el comercio de la región. Si Atenas dominaba la parte oriental del Mediterráneo, Cartago controlaba algunos de los puntos estratégicos de la parte occidental, en particular el paso del estrecho. La enorme ventaja que sacaba Cartago de la exclusividad de esa ruta obligaba a Masalia a buscar otras vías comerciales por el interior que tampoco resultaban del todo rentables: toda expedición hacia el norte en busca de estaño o ámbar se veía obligada a atravesar regiones controladas por pueblos celtas y ligures que ralentizaban y encarecían el comercio.
El comienzo de la leyenda: la exploración de las costas del Atlántico
Cómo pasó Piteas el estrecho de Gibraltar es todavía un misterio. Las explicaciones van desde una supuesta tregua de Cartago, a una travesía discreta en las horas más oscuras de la noche y hasta la posibilidad de que el viaje comenzara realmente por tierra y los barcos iniciaran en la desembocadura del Garona. Cuesta imaginar una nave de 35 metros y 50 remeros navegando con sigilo entre los fuertes vientos soplan por el canal, pero las dudas que envuelven el comienzo del viaje de Piteas marcan también el punto de partida de su leyenda.
Si se conservaran los dos tratados que escribió Piteas a la vuelta de su expedición no tendríamos dudas sobre los descubrimientos que hizo durante su periplo, pero la historia quiso que todo lo que supiéramos de este viaje tomara formas del tipo “Plinio dice que Estrabón dice que Piteas…”. Y, como ocurre siempre que una historia pasa de boca en boca primero durante décadas y luego durante siglos, este viaje fue perdiendo en precisión y ganando en fantasía.
Hoy la leyenda dice que Piteas zarpó de Masalia en primavera para aprovechar los vientos favorables, que cruzó el estrecho y que fue el primer griego en recorrer las costas europeas del Atlántico. También dice que dedicó este tramo del trayecto a observar la posición de los astros con respecto a la altura del océano y que señaló antes que nadie la relación entre el ciclo de las mareas y las fases de la luna.
La isla de Casitérides, ¿las islas de Gran Bretaña?
Parece que la pentecóntera de Piteas, un barco de guerra utilizado a veces para expediciones comerciales, iba acompañado de una o dos pequeñas naves que servían para explorar algunos rumbos sin necesidad de que se desplazara toda la tripulación. Quizá fue una de ellas la que divisó al noroeste el contorno de una gran isla a la que llamaron Casitérides. El nombre, que solía utilizarse para designar lejanos centros de extracción de ciertos minerales, no dice gran cosa de su localización geográfica. Hoy no sabemos con certeza cuál era este lugar en el que hicieron su primera parada, pero suele asociarse a las británicas islas Sorlingas o con la península de Cornualles, en el extremo sur de Inglaterra.
Lo que sí sabemos por los pedazos de descripciones que nos han llegado es que en las Casitérides abundaba el estaño, material enormemente cotizado por su utilidad en la fabricación de armas y utensilios. Los textos dicen que los habitantes de ese lugar extraían el mineral, lo fundían, lo trituraban y, aprovechando las mareas bajas, lo transportaban en carretas a la isla de Ictis. Si la incapacidad para definir la ubicación de esta isla ha terminado por darle una naturaleza mítica, lo cierto es que las descripciones de Piteas sobre la superficie de Gran Bretaña y las costumbres de sus habitantes no resultan nada fantasiosas.
La historia que nos ha llegado habla de una población numerosa y hospitalaria con los extranjeros, de cabañas con techo de paja y almacenes subterráneos para conservar el grano y de un extraño licor que no se parece al vino y que producen a base de cebada fermentada. Fue Churchill, y no cualquiera, el que afirmó que Piteas fue el “Cristóbal Colón de las tierras nórdicas”.
La isla de Tule, donde el sol nunca se pone
Una vez exploradas las costas británicas, el viaje de Piteas continúa en busca de nuevas tierras desconocidas. Seis días navega rumbo al norte hasta que encuentra una isla que “retumba y escupe fuego”. La isla de Tule es el lugar más misterioso de su travesía, el que más dudas despertó entre los geógrafos posteriores. Aquí los cronistas se dividen entre quienes señalan sobre un mapa la localización de Islandia o las Islas Feroe y quienes afirman que no hay que buscar más rumbo en este viaje que el de la imaginación de Piteas.
Pero hay veces que no importa tanto si una historia narra un viaje real o uno ficticio, sino adónde te lleva cada uno. Y el de Piteas lleva todavía más lejos. Su barco navega entre las aguas frías del norte hasta que llega a un mar gelatinoso que compara con una medusa. Para quienes busquen referencias concretas, probablemente se trate del hielo marino que se forma en las regiones oceánicas polares. Para los demás, Piteas alcanza los límites del mundo.
Sólo eso puede explicar el fenómeno extraordinario que registran primero sus ojos y luego sus tratados: en ese lugar, desde donde a veces se ven “las luces del norte”, el sol permanece acostado en invierno y no desaparece nunca durante todo el verano. Para muchos, esta descripción no puede señalar otra cosa que el descubrimiento de las auroras boreales y el sol de medianoche.
La nueva ruta del ámbar
Pero el periplo de Piteas tiene todavía una última escala. Una vez rodeada Gran Bretaña por su cara oriental y ya marcando rumbo hacia Marsella, decide tomar un desvío y explorar la costa germánica del mar Báltico. Su descubrimiento está, una vez más, salpicado de notas mitológicas. Plinio el Viejo cuenta que en este trayecto Piteas dio con la legendaria isla de Basilia, “en cuyas orillas el ámbar es arrojado por las olas en primavera”.
Una vez más, resulta imposible encontrar el equivalente geográfico del lugar, pero lo que es indudable es que, si Piteas dio realmente con alguna isla situada frente a las costas de las actuales Estonia o Lituania, con ello abrió una ruta comercial de un inmenso valor para la ciudad de Masalia. El ámbar amarillo, cuya abundancia era tal que los habitantes de esta isla lo usaban como combustible, despertaba el deseo de las principales civilizaciones europeas. Apreciado por su utilidad para fabricación de joyas, los griegos también le atribuían valores mágicos, probablemente vinculados con sus propiedades electrostáticas y caloríficas. Esta ruta permitía comerciar con pueblos productores sin necesidad de pasar por la amenaza de celtas y ligures.
Vuelta a Masalia: entre la fantasía y la Historia
Después de varios meses de navegación por aguas desconocidas, después de haber descubierto nuevas rutas comerciales, islas nunca pisadas por los griegos y haber alcanzado los mismos límites del mundo, Piteas emprende su vuelta a Masalia con la seguridad de que será recibido con honores en toda la ciudad. Lo que encuentra, sin embargo, va más acorde con una historia que desde el principio avanza por el terreno de la duda.
Al llegar al puerto, narra sus descubrimientos, describe el funcionamiento de otros pueblos y confirma las observaciones científicas que había hecho en la ciudad antes de emprender el viaje. Pero la descripción de los días polares, el funcionamiento de las mareas y la existencia de tierras más allá de los 60 grados de latitud ponen en cuestión buena parte de las creencias de la época. Y antes de admitir hechos que moverían los pilares de toda una cosmovisión, la gente prefiere tildarlo de mentiroso.
Eso no impide que Piteas escriba dos grandes textos en los que explica al detalle su periplo: Tratado sobre el Océano y Descripción de la Tierra. Qué ha sido de ellos es el último de los misterios. Probablemente reducidos a cenizas durante el gran incendio de la biblioteca de Alejandría, el recuerdo de su viaje quedó en manos de geógrafos, sabios y astrónomos posteriores que se encargaron de rescatar algunos extractos de sus tratados. Sobre ellos se construyó la Historia. Todo lo demás forma parte de su leyenda.
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