El error es pensar que una ciudad es la misma para todos. Que la Marsella que veo yo por las mañanas es la misma Marsella que encuentras tú cuando bajas por la rue de la Canebière y llegas por primera vez al Vieux Port. O que el barrio del Panier, con sus callejuelas que no llevan a ninguna parte y sus aceras cubiertas de plantas, es igual para mí que para los vecinos que cuelgan su ropa en las mismas cuerdas que hace cincuenta años.
No es fácil hablar del Panier sin caer en la caricatura. Primero, porque abundan las tentaciones: el barrio más antiguo de Marsella, destino de marineros de todos los puntos del Mediterráneo, cuna de los mafiosos más conocidos de la ciudad, objetivo principal de los nazis durante la ocupación… Segundo, porque en los últimos años este barrio de inmigrantes napolitanos y corsos se ha convertido en uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad, con los riesgos que eso conlleva. Ya se sabe: la búsqueda de la autenticidad termina por acabar con ella. Especialmente cuando lo hacemos todos al mismo tiempo.
Índice
Un recorrido por la memoria del Panier
El reto de este artículo es hablar sobre el Panier sin contribuir a disecarlo. Tratar de explicar que bajo la imagen fija que se ofrece al turista hay un barrio que se mantiene vivo gracias a su capacidad para transmitir entre generaciones lo que significa haber nacido allí: la pobreza, la inseguridad, la incertidumbre, pero también la resistencia, la lealtad y el sentimiento de vecindad con gente de todos los orígenes.
En definitiva, aquí, y en la segunda parte de este artículo, me propongo reconstruir una parte de esa memoria. La del Panier, como la de cualquier otro lugar, acumula episodios de una manera desordenada, sin distinguir con claridad los reales de aquellos fueron alimentados por mitos o ficciones. Por eso, lo que me interesa no es tanto hacer un recorrido cronológico por el barrio como pasear por sus calles actuales deteniéndome en los pequeños o grandes testimonios que dejaron las distintas formas de vivir que han terminado por moldear la identidad del lugar.
El origen del Panier: del puerto a lo alto de las colinas
Un recorrido por el Panier siempre empieza por el Vieux Port porque es en barco como fueron llegando sus distintos pobladores. Aprovechando la forma natural de la bahía, los griegos se instalaron en lo alto de tres colinas que quedaban parcialmente encajadas por el mar. Con el paso del tiempo, la butte Saint-Laurent, la butte des Moulins y la butte des Carmes se fueron cubriendo de pequeñas calles que culebreaban en todas direcciones y permitían conectar el puerto con los principales centros religiosos y administrativos. Durante siglos, esa fue la tarjeta de presentación de Marsella. Llegados al muelle, sin importar si se buscaba alojamiento, tabernas o burdeles, el camino era siempre el mismo. Cuesta arriba.
El viajero que llegue hoy al puerto no reconocerá inmediatamente este paisaje. Ni en la espaciosa Place de l’Hôtel de Ville, ni en ninguna de las primeras calles que se extienden rectilíneas hacia el norte. En realidad, hoy nadie piensa en esa zona cuando habla del Panier. Ni siquiera las señales te lo indican. Sin embargo, hasta hace muy poco, el centro comercial de la ciudad vieja comenzaba al borde del muelle. Así fue, concretamente, hasta el 1 de febrero de 1943.
La ocupación nazi: cómo borrar un barrio del mapa en 17 días
En ese momento, Marsella se encontraba bajo la ocupación alemana y el Panier se había convertido en un foco de resistencia. Sus condiciones geográficas y la estructura laberíntica de sus calles dificultaban enormemente su control. Con el pretexto de que el barrio era un nido de delincuentes y el principal motor del tráfico de drogas y armas en la ciudad, los nazis decidieron arrancar el problema de raíz.
En menos de tres semanas, fue arrasado todo el espacio que hoy delimitan el puerto, la Rue de la Caisserie y la Rue de la République. En total, 1482 casas y 1924 edificios dinamitados, entre los cuales se encontraban hoteles de los siglos XVI, XVII y XVIII y otras riquezas arquitectónicas de las que hoy no queda rastro. Resultado: cerca de 20000 personas fueron evacuadas, algunas de las cuales, sobra decirlo, nunca regresaron de los campos de concentración a los que fueron enviadas.
La Rue de la Bonneterie: lo que era y lo que es
La rue de la Bonneterie es una de esas calles cuyo carácter quedó enterrado bajo los edificios modernos que se levantaron en los años 50. De su historia solo queda su nombre, que hace referencia a los vendedores de sombreros que se instalaron allí a partir del siglo XV, y un edificio: el Hôtel de Cabre, construido en 1535, es la casa más antigua de Marsella y la única que sobrevivió a las destrucciones alemanas del 43.
Pero que este edificio gótico hoy sea famoso se debe, sobre todo, a un episodio que sería una mera curiosidad si no diera cuenta de la violenta transformación a la que se vio sometido el barrio durante su reconstrucción. Obligados por el diseño del nuevo trazado urbano, y para evitar echar abajo el edificio, se tomó una decisión a la marsellesa: levantar sus 700 toneladas, desplazarlas 70 metros y hacerlas pivotar 90 grados para hacer coincidir la vieja fachada con la nueva dirección de la calle. Eso explica que, en algún punto, todavía hoy la placa de la “Rue de la Bonneterie” esté realmente situada sobre la “Grand Rue”.
El Hôtel-Dieu: “el hospital de los marselleses” … y de los que venían de fuera
La condición portuaria de Marsella convirtió a esta ciudad en el mayor punto de encuentro de los distintos pueblos del Mediterráneo, pero también en una de las más vulnerables a la expansión de infecciones y epidemias. Esa es la razón por la que en el Panier abundaran los hospicios, los lazaretos y los sanatorios. Aunque hoy casi todos están dedicados a otro tipo de funciones, su arquitectura con frecuencia los descubre.
Lo primero que uno ve cuando llega a la altura del Hôtel Dieu es una fachada de tres niveles, cuyos arcos dan un gran patio interior rodeado por unos soportales. Durante mucho tiempo esta galería sirvió para la circulación de los enfermos, que en durante el siglo XVIII podían llegar a ser hasta 5000 por año. Después de la Revolución, y perdido el peso de la Iglesia en la vida pública francesa, se convirtió en un reputado centro de formación médica por el que pasaron algunos de los grandes nombres de la cirugía, que operaban frente a otros médicos o aprendices para compartir sus conocimientos. En 2013, con motivo del nombramiento de Marsella como “Capital Europea de la Cultura”, lo que se conoció como “el hospital de los marselleses” terminó convirtiéndose en un hotel de cinco estrellas. Caprichos de la cultura.
La Montée des Acoules: la primera cuesta del nuevo Panier
El Panier que hoy conocemos nace realmente ahí y empieza como tendría que haber empezado antes: con una cuesta. La montée des Accoules nos permite imaginar por primera vez la vida del barrio popular que siempre fue: hombres y mujeres negociando con los tenderos el precio de las frutas y verduras, el riachuelo deslizándose por la acequia de las escaleras que divide la calle en dos, el reloj de la iglesia de Notre Dame des Accoules marcando las horas (“¡el único de la ciudad que marcha bien!”, según se leía en sus paredes)…
Lo decíamos al comienzo: el objetivo de este artículo es reconstruir la memoria la historia ha enterrado con formas de vida más reciente. Y en el Panier los recuerdos son muy viejos. Parece que en el lugar donde ahora está la torre del reloj, en algún momento hubo un templo dedicado a Apolo. Apenas hay evidencias de eso, aparte de algunos viejos textos que lo sugieren. Lo que es seguro es que, hasta hace no tanto, además de reloj había iglesia. La “belle église” jugaba un papel fundamental en la vida religiosa y festiva del barrio, pero también fue destruida. Esta vez no por los alemanes sino por el espíritu anticlerical de la revolución francesa.
Cuando lo único que queda es el viento: la Place des Moulins
A la derecha, unas escaleras repletas de plantas conducen a lo que hoy es una pequeña plaza de pueblo provenzal. Su aspecto amplio y arbolado oculta lo que fue durante varios siglos: un espacio repleto de molinos de viento cuyas aspas se aprovechaban de la violencia con la que soplaba el mistral en lo alto de la colina. En el siglo XVI, y solo en esa plaza, había un total de dieciséis que servían para abastecer de harina a toda la ciudad. Los dos únicos que quedan hoy en pie, solo visibles si se miran desde el ángulo adecuado, están integrados en viviendas a las que no se puede acceder.
Lo que sí se puede visitar, aunque solo en días muy puntuales, es algo que está aún más oculto. A 35 metros bajo tierra se encuentra un enorme depósito que almacenaba más de 12.000 metros cúbicos de agua. Se construyó una vez los molinos dejaron de cumplir su papel y con el objetivo de dar suministro a los nuevos barrios que, desde mediados del siglo XIX, se extendían hacia la zona de Longchamp. Hoy apenas se conoce. Y, quien lo hace (o al menos eso le pasa al que escribe estas líneas), no puede dejar de relacionarlo con oscuros personajes que, en más de una novela, le han encontrado un mejor uso. Para los historiadores queda averiguar cuánto hay de verdad en eso. Aquí nunca dijimos que la memoria de un lugar se construyera solo con hechos verídicos.
La Rue du Panier y los orígenes impúdicos de un nombre
Que el barrio del Panier y su calle principal deban su nombre a un antiguo albergue-cabaret del siglo XVII no es casualidad. Le “Logis du Panier” fue uno de los muchos locales nocturnos que ocuparon estas calles desde antes de la Edad Media. Con el desarrollo de la ciudad y el movimiento de población que provocaba su puerto, la fama de barrio rojo no hizo más que aumentar.
Algunas razones son sociales. El barrio arrastraba una mala reputación desde que, a lo largo del siglo XVII, la burguesía lo abandonó atraída por la elegancia de los barrios que se estaban construyendo en el lado opuesto del puerto. El Panier pronto pasó a ser considerado un “village pour les chèvres”, una colina que, al mantener a sus gentes aisladas, servía como obstáculo para el desarrollo económico de la ciudad. Este factor, unido al hecho de que el barrio atraía un modo de vida vinculado a los trabajadores del mar, propició el desarrollo de un negocio que en 1860 contaba con más de 70 burdeles y 5.000 prostitutas en una ciudad de apenas 300.000 habitantes.
El Panier: zona roja reservada
Pero la guinda del pastel es política. En la segunda mitad del siglo XIX, se declaró al Panier “barrio reservado”, lo cual significaba que toda la práctica de la prostitución debía limitarse a este reducido espacio. ¿El objetivo? No manchar la impoluta imagen de la Marsella haussmanniana que se extendía hacia los nuevos barrios del sur.
El resultado es un barrio por el que circulaban sin descanso marineros, tropas coloniales, legionarios y trabajadores de las fábricas, pero, no lo olvidemos, también burgueses que habían huido espantados de la indecencia del barrio y políticos responsables del aislamiento del Panier para evitar la contaminación a otras zonas de la ciudad… Todo ello gestionado por proxenetas que ganaban cada vez más poder con la trata de mujeres y los contactos que les permitía hacer el negocio con las autoridades.
Las condiciones estaban servidas para que, con la llegada del siglo XX y la de miles de inmigrantes corsos y napolitanos, se desarrollara lo que hoy se conoce como el milieu marseillais, una organización criminal sostenida por el clientelismo y la corrupción política que hizo de Marsella la principal exportadora de heroína a Estados Unidos, y del Panier, el escenario de cientos de ficciones. Pero ese pedazo de su memoria merece un capítulo aparte.
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